lunes, 9 de enero de 2012

Niños en el cine

Entiendo que os guste el cine. ¿Cómo no lo iba a entender? Y que os guste disfrutarlo en familia. Papa, mama y los dos peques. Pasando una tarde de película, palomitas y refrescos. Puede que incluso haya caído alguna chuchería. Que la crisis no es para tanto. Para las chuches llega, hombre.
Entiendo, que al igual que me pasaba a mi, tuvieseis unas ganas locas de ver la segunda película de Sherlock Holmes. El personaje mola y el amigo Robert lo hace genial de la muerte.
Entiendo que eligieseis ir un lunes, a primera hora de la tarde. Hay menos gente, por lo que los niños no molestan mucho. Solo a los pobres desgraciados que han decidido ir el mismo día, a la misma hora al mismo cine. Pero se agradece que hayáis pensado en minimizar el número de personas afectadas. Un detallazo.
Entiendo que sacar a pasear a los dos mocosos es mucho más relajante que tenerlos que aguantar en vuestra puñetera casa. Se distraen un rato, hacen algo diferente, se cansan un poco. Mola. Yo también lo hacía con mi Husky Siberiano hace unos años. A los animalicos siempre les ha ido bien algo de actividad para caer luego rendidos. Supongo que en vuestro caso, los tendréis bien dormiditos a eso de las diez de la noche, por lo que podréis lameros los genitales a gusto.
Lo entiendo. De verdad. Lo entiendo perfectamente.
Pero no me entrará en la cabeza que viendo y escuchando a vuestros dos pequeños mamones no hayáis hecho ni una sola vez el intento de hacerles, mandarles, ordenarles callar. Aunque solo fuese de cara a la galería. Un gesto simbólico al resto de peña, que ha pagado para ver una película que vuestros bastardos han jodido.
Espero de todo corazón, y espero sepáis ver la sinceridad de mis palabras, que esos dos renacuajos de mierda acaben presos en una cárcel turca. Al ser posible por un delito que no hayan cometido. Y condenados a un buen puñado de años. Ojala acaben siendo una moneda de cambio entre clanes carcelarios. Al ser posible con un montón de enfermedades venéreas que contagiar y mucha mala leche que soltar. En la bocaza de vuestros hijos, por ejemplo, para ver si aprenden a callar.
Espero que llegado ese momento, recibáis una carta a la semana de vuestros dos retoños suplicando e implorando que hagáis algo por ellos. Que les ayudéis a salir del mal trago (de leche, claro). Qué os narren con todo lujo de detalles (tienen labia para eso y más) las vejaciones a las que el resto de presos les someten día tras día.
Y sobre todo espero, que os veáis tan impotentes de no poder hacer nada por ellos, como impotente me he visto yo para cruzaros la cara a ostias esta tarde.  Y entre lagrimillas y suspiros, recordéis aquellas tardes de cine que pasabais juntos. Antes, cuando los niños no tenían una polla turca metida en la boca y podían hablar de todo lo que les viniese en gana.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Paso de peatones (literal)

Pues resulta, que al final se trata de una cuestión de vida o muerte. Cruzar la calle, según las normas comúnmente conocidas por todo hijo de vecino, va a ser dentro de poco una heroicidad. Digna de superman, spiderman o de mi mismo en mis tiempos mozos.
Mira que es fácil. Unas líneas en el suelo, te indica que por ahí pasan peatones. Un peatón en la acera, te indica que el individuo quiere cruzar. Pues nada. A su puta bola. Ni con un corte de mangas se paran (doy fe). Puede, que el conductor gilipollas de turno, piense que el peatón es un ex cocainómano con el mono y que está babeando ante esas pedazos de rayas que hay delante de él. Por buscar una excusa. No justificable, claro.
El amiguito conduce un cacharro que pesa alrededor de una tonelada. Que, sumado a la velocidad de ese momento, le puede dar un viaje mortal (con todo pagado) al peatón. Y si se da cuenta, y no va con más cuidado, directamente es que merece una buena soga al cuello.

lunes, 31 de octubre de 2011

El listo del bar

No es la primera vez que pasa. Y eso hace que mi enojo sea aún mayor. Y conforme le voy dando vueltas, más rabia me da. No puedo evitarlo. Cuando intentan tomarme por primo, me castañean hasta los dientes.
Estoy pasando unos días en el pueblo. Un sitio muy bonico y todas esas cosas que la gente dice de sus pueblos. No hay muchas cosas que hacer por aquí. Y mucho menos una vez se ha puesto el sol. Toda actividad de ocio fuera de casa pasa por pasarse unas horas en el bar. Caña va y caña viene. Gastándose los dineros del PER que no merecen, como diría mi amigo Duran.
Para poder ver a mi antojo el partido de fútbol típico de los domingos por la tarde, me metí en un bar al que no he ido nunca. Lugar tranquilo de pantalla enorme, ideal para colmar mis aspiraciones.
En la media parte del partido pagué las cañas que me había estado tomando, tan ricamente, hasta ese momento. Mi propósito, fumarme un cigarrito a la fresca. Y aquí viene el zarpazo. Me cobran cada caña 30 céntimos más cara de lo que se paga en cualquier bar del pueblo. ¿Por qué? Pues porque el tipo nota que mi acento no es propio de esos parajes. Por lo tanto le importa una mierda ganarme como cliente. Me astilla a sabiendas que mucho no volveré por allí.
Como digo ya me ha pasado en otras ocasiones. En otros bares a los que no he vuelto. Me toca los huevos. No puedo evitarlo. El dinero en este caso es lo de menos. Lo que no llevo bien es la avaricia mal entendida de un gilipollas.

domingo, 16 de octubre de 2011

La moñada del domingo.

¿A qué saben esos besos, que no nos supimos dar?,
ahora que estoy más lejos dime la verdad.
¿A qué sabe este silencio que no aprende a caminar?,
por este pasillo estrecho que tú me das

¿A qué sabe el sentimiento, que en la boca nos quedó?,
arropa este último beso, que esta vez lo pago yo.
¿A qué sabe esa mirada, que no quisimos cruzar?
Cállate y no digas nada, que es mejor mejor callar

Desnudo de sentimiento, te entrego mi rendición.
Mi sensatez, mi tormento, mi vida sin solución.
Te juro que no es lamento, es RABIA de corazón.
El mejor vino que tengo de mi viejo bodegón

¿A qué sabe el pan contigo, si mi hambre no es de comer?
Es hambre de estar más vivo en tu cuerpo de mujer
Pongamos tierra por medio, distancias al corazón
Y el mundo se hará pequeño, quedémonos tú y yo
Que yo no sé pisar el freno, que no me entiendes
Que yo me valgo de tu sudor para engrasar mis ejes
Que ya no tengo ni vida propia, ni tengo suert

¿A qué saben las cosas que se han perdido?
¿A qué saben los besos que no nos dimos?
¿A qué sabe el destierro si no es contigo?
De qué sirve ese pájaro malherido
Las calles de luna estrecha entre tú y yo
Las veces que no supimos pedir perdón
Las noches que se perdieron en tu portal
Las veces que por tus labios pude matar
La iglesia donde no reza mi corazón
La lluvia que no resbala por mi cristal
Las fiestas de vino amargo y de soledad
Los besos que no se compran si no se dan,
la puerta que hemos cerrado antes de entrar,
las páginas del pasado sin escribir....


El Hombre Gancho