Entiendo que os guste el cine. ¿Cómo no lo iba a entender? Y que os guste disfrutarlo en familia. Papa, mama y los dos peques. Pasando una tarde de película, palomitas y refrescos. Puede que incluso haya caído alguna chuchería. Que la crisis no es para tanto. Para las chuches llega, hombre.
Entiendo, que al igual que me pasaba a mi, tuvieseis unas ganas locas de ver la segunda película de Sherlock Holmes. El personaje mola y el amigo Robert lo hace genial de la muerte.
Entiendo que eligieseis ir un lunes, a primera hora de la tarde. Hay menos gente, por lo que los niños no molestan mucho. Solo a los pobres desgraciados que han decidido ir el mismo día, a la misma hora al mismo cine. Pero se agradece que hayáis pensado en minimizar el número de personas afectadas. Un detallazo.
Entiendo que sacar a pasear a los dos mocosos es mucho más relajante que tenerlos que aguantar en vuestra puñetera casa. Se distraen un rato, hacen algo diferente, se cansan un poco. Mola. Yo también lo hacía con mi Husky Siberiano hace unos años. A los animalicos siempre les ha ido bien algo de actividad para caer luego rendidos. Supongo que en vuestro caso, los tendréis bien dormiditos a eso de las diez de la noche, por lo que podréis lameros los genitales a gusto.
Lo entiendo. De verdad. Lo entiendo perfectamente.
Pero no me entrará en la cabeza que viendo y escuchando a vuestros dos pequeños mamones no hayáis hecho ni una sola vez el intento de hacerles, mandarles, ordenarles callar. Aunque solo fuese de cara a la galería. Un gesto simbólico al resto de peña, que ha pagado para ver una película que vuestros bastardos han jodido.
Espero de todo corazón, y espero sepáis ver la sinceridad de mis palabras, que esos dos renacuajos de mierda acaben presos en una cárcel turca. Al ser posible por un delito que no hayan cometido. Y condenados a un buen puñado de años. Ojala acaben siendo una moneda de cambio entre clanes carcelarios. Al ser posible con un montón de enfermedades venéreas que contagiar y mucha mala leche que soltar. En la bocaza de vuestros hijos, por ejemplo, para ver si aprenden a callar.
Espero que llegado ese momento, recibáis una carta a la semana de vuestros dos retoños suplicando e implorando que hagáis algo por ellos. Que les ayudéis a salir del mal trago (de leche, claro). Qué os narren con todo lujo de detalles (tienen labia para eso y más) las vejaciones a las que el resto de presos les someten día tras día.
Y sobre todo espero, que os veáis tan impotentes de no poder hacer nada por ellos, como impotente me he visto yo para cruzaros la cara a ostias esta tarde. Y entre lagrimillas y suspiros, recordéis aquellas tardes de cine que pasabais juntos. Antes, cuando los niños no tenían una polla turca metida en la boca y podían hablar de todo lo que les viniese en gana.