lunes, 31 de octubre de 2011

El listo del bar

No es la primera vez que pasa. Y eso hace que mi enojo sea aún mayor. Y conforme le voy dando vueltas, más rabia me da. No puedo evitarlo. Cuando intentan tomarme por primo, me castañean hasta los dientes.
Estoy pasando unos días en el pueblo. Un sitio muy bonico y todas esas cosas que la gente dice de sus pueblos. No hay muchas cosas que hacer por aquí. Y mucho menos una vez se ha puesto el sol. Toda actividad de ocio fuera de casa pasa por pasarse unas horas en el bar. Caña va y caña viene. Gastándose los dineros del PER que no merecen, como diría mi amigo Duran.
Para poder ver a mi antojo el partido de fútbol típico de los domingos por la tarde, me metí en un bar al que no he ido nunca. Lugar tranquilo de pantalla enorme, ideal para colmar mis aspiraciones.
En la media parte del partido pagué las cañas que me había estado tomando, tan ricamente, hasta ese momento. Mi propósito, fumarme un cigarrito a la fresca. Y aquí viene el zarpazo. Me cobran cada caña 30 céntimos más cara de lo que se paga en cualquier bar del pueblo. ¿Por qué? Pues porque el tipo nota que mi acento no es propio de esos parajes. Por lo tanto le importa una mierda ganarme como cliente. Me astilla a sabiendas que mucho no volveré por allí.
Como digo ya me ha pasado en otras ocasiones. En otros bares a los que no he vuelto. Me toca los huevos. No puedo evitarlo. El dinero en este caso es lo de menos. Lo que no llevo bien es la avaricia mal entendida de un gilipollas.

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