Ocurre muy a menudo. Se ha convertido en una de esas cosas que forman parte de la rutina diaria. Cuando buscas aparcamiento durante un rato y acabas aparcando donde Cristo perdió la sandalia, ves un aparcamiento cerca del sitio al que vas.
Son de esas cosas, que no dejan de sorprender. Por lo habitual que resulta y por la retorcida mala uva del asunto. El pasado jueves, después de hacer un auténtico tour, encontré no uno, cuatro aparcamientos. Dos de ellos, justo delante de mi portal. Imaginad la vena del cuello. Rabia de la buena.
No hay culpables con cara y ojos. Así que acabas despotricando de la mala suerte y del tal Murphy. Para quedarte a gusto. Por lo menos, que se vea que no estás de acuerdo en como el destino lleva tus asuntos. Derecho universal a la pataleta y tal.
Sería algo comparable a la tostada que cae del lado que no debe. Del cigarro que te enciendes justo cuando llega el autobús. De la mancha en la camisa cuando necesitas dar buena impresión. El bolígrafo que no escribe cuando quieres tomar una nota rápida de algo que te dicen por teléfono. O a la lluvia después de lavar el coche.
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